Es frecuente que al llegar la primavera muchas personas –se calcula que una de cada cuatro– se sientan invadidas por un cansancio inesperado, una especie de indolencia que les hace desear el reposo físico o mental. Hay una extraña apatía, sin ganas de hacer nada. Algunos llegan a sentirse incluso deprimidos psicológicamente.
Y no es que la primavera sea propiamente la causante. Se trata simplemente de un cambio en el ritmo vital que hace que personas con trastornos físicos o mentales puedan ver agudizados algunos de los procesos que estuvieron adormecidos durante el invierno.
Al llegar la primavera la sangre busca deshacerse de las toxinas acumuladas. Aumentan, por ejemplo, las tasas sanguíneas de urea y colesterol, y los glóbulos blancos inician una gran ofensiva contra los microorganismos patógenos. Estas reacciones son beneficiosas, pero algunas personas soportan mal este esfuerzo reactivo y quedan fatigadas.
Existe un cansancio general que se acentúa especialmente en la región cervical, los hombros, la espalda o la cabeza. Suele acompañarse de nerviosismo o apatía. Pueden aparecer insomnio o un sueño poco reparador.